73 Edición del Festival de Granada

Entre principios de la segunda década del siglo XX y mediados de la tercera, Granada se convirtió en un centro clave de lo que el historiador Juan Marichal llamó «la universalización de España». Este fenómeno implicaba una doble dinámica de expansión y recepción, irradiación y aprendizaje.

La rica tradición cultural española comenzó a proyectarse hacia el exterior, superando la ignorancia y los estereotipos y dejando atrás siglos de aislamiento. Al mismo tiempo, las influencias de otras culturas, hasta entonces inaccesibles, enriquecieron y revitalizaron la cultura española.

Durante estos años, la Granada imaginada en obras como «La vida breve» y «El amor brujo» de Falla deslumbró en París, y «Noches en los jardines de España» se destacó en el panorama de la música contemporánea. En Granada, la modernidad se fusionó con la tradición, con Falla explorando las raíces del cante jondo y, al mismo tiempo, alcanzando niveles de modernidad comparables a los de Stravinsky.

El estreno de «El retablo de maese Pedro» en París fue un reconocimiento internacional de lo que estaba germinando en Granada, una ciudad que, aunque recogida en sí misma, se estaba abriendo al mundo. Esta es la Granada de la Fiesta de Reyes de 1923 en la casa de la familia García Lorca y del taller de muñecos de Hermenegildo Lanz, cuyos trabajos eran comparables a los de Paul Klee en la Bauhaus. Granada brillaba tanto por lo que se hacía en ella como por lo que inspiraba en las mentes creativas de quienes nunca la habían visitado. Una postal en colores pastel de la Puerta del Vino de la Alhambra inspiró a Debussy a componer un preludio dedicado a ella, evocando la ciudad tanto para quienes la conocían como para quienes solo la imaginaban.

La música era el culminar de este auge creativo. Volver a lo mejor de entonces es revivir las mejores posibilidades del pasado y del futuro. Falla y Lorca amaban tanto la tradición de los cantos populares como la música innovadora que requería una nueva apreciación. Trabajaban con igual maestría en lo pequeño y en lo grandioso, buscando la perfección que también exigía otro ilustre visitante, Juan Ramón Jiménez. Estos granadinos estaban a la altura de los sueños más elevados que inspiraba la ciudad, y sus sensibilidades resonaban en toda Europa y en las Américas cultas, como Buenos Aires y Nueva York.

El Festival de Música y Danza de Granada se creó en la Alhambra para preservar y transmitir este legado, reforzando el vínculo entre la ciudad real y la imaginaria, entre la tradición popular andaluza y el vasto patrimonio de la gran cultura musical europea.

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